Decía Arthur Schopenhauer: «Desear la inmortalidad es desear la perpetuación de un gran error». Para que exista evolución es necesaria la muerte: poco sabía Shopenhauer que la clave de la inmortalidad radica en los «telómeros».
Las bacterias, los primeros microorganismos procariotas que habitaron la Tierra hace unos 3.800 millones de años se caracterizaban por poseer un material genético circular disperso por el citoplasma en una región denominada nucleoide. Un único cromosoma, circular y sin extremos, con una elevada tasa de replicación. Esta replicación es la que permite crear copias identicas del mismo material genético.
Nuestras células en cambio contienen el material genético en una región protegida de la célula, el núcleo. No es circular, poseemos 46 cromosomas, 23 de cada progenitor, y cada cromosoma es lineal con dos extremos. Y aquí es donde radica la importancia de los telómeros, son las regiones últimas de ADN que se encuentran en cada extremo de nuestros 46 cromosomas lineales. Estos telómeros protegen los extremos de nuestro material genético y evitan su degeneración. Se podrían considerar como las fundas protectoras de nuestros cromosomas.
Los telómeros son sintetizados en nuestra etapa embrionaria, gracias a la enzima «telomerasa», pero esta enzima deja de ser funcional alrededor de los 6 meses de vida. ¿Cuál es la función por tanto de estos telómeros? Son necesarios para una correcta replicación de nuestros cromosomas, pero en cada replicación celular, en cada copia de nuestras células, los telómeros se van acortando poco a poco debido a la acción de la «ADN polimerasa» (enzima que replica el ADN), y dado que la enzima «telomerasa» ya no está activa no se pueden volver a regenerar.
A mayor número de divisiones celulares más se van acortando los telomeros, hasta que llega un punto decisivo donde la célula no se puede dividir más y muere. Esta es la clave del envejecimiento, la muerte celular debido a la inestabilidad cromosómica por el acortamiento de los telómeros.
La inmortalidad y su posibilidad de alcanzarla radica en poder controlar la enzima telomerasa, activarla en momentos clave, alargar los telómeros, y convertir una célula anciana en embrionaria. Quizás sea un sueño aún, y puede que nos quede lejos llegar a este control, pero ya hay células que tienen el poder de reactivar la «telomerasa», son las células cancerígenas y gracias a esto se hacen inmortales. Inmortalidad a cambio de un mal mayor.
Ya lo dijo Schopenhauer: «Desear la inmortalidad es desear la perpetuación de un gran error».